Qué pasa con los obispos


¿Qué pasa con los obispos?

Dejo de lado como llega un sacerdote a ser obispo, aunque no todo lo que lo  precede antes de ser obispo. Asimismo, no me ocupo de los valores vitales (los referidos a la salud y el cuerpo). Cuanto digamos de los obispos, en la medida que se refiera a lo humano y no específicamente al rol episcopal, nos toca a cada uno de nosotros.

Crecemos. Esa es nuestra realidad.  Por eso, hay que comenzar a pensar la noción de crecimiento.

Crecimiento

En primer lugar, una de las realidades humanas esenciales es que cada persona crece (o decrece). El crecimiento se da incluso en las personas discapacitadas. Los niños down si se los toma apenas nacido, con especial cuidado crecen en su inteligencia; niños autistas, en manos de buenas psicopedagogas, salen de sus mundos. Los niños necesitan amor para crecer, ante todo. Es tan decisivo esto que está  probado que si un bebé no recibe amor no crece, y muere. El crecimiento emocional  se realiza mediante el amor.

Edad, imaginación, palabras, símbolos

obispos En segundo lugar, el niño crece y se puede predecir qué edad tiene según sus operaciones. Cuando un niño aprende a hablar ya puede salir de su mundo inmediato y crecer con los pensamientos de los sabios (o decrecer con el influjo de los malvados). Al crecer, el niño deja el mundo de lo que ve de inmediato, y entra en el mundo de lo mediado, o sea, lo que vale por su significación: la imaginación, la palabra y los símbolos. Cuando no se la ayuda, aunque sea grande, la gente permanece en el mundo de lo que se ve, lo inmediato. ¿No se dice que algunas personas parecen niños? (por su incapacidad de reflexionar: cuando sucede esto se trata de gente estúpida que salta de la experiencia al juicio, sin haber hecho las preguntas para entender). Hay gente que no quiere crecer, excepto en lo físico y aparente.

Ver para creer

En tercer lugar, hay un refrán que dice: Ver para creer. Es la típica actitud de quien sospecha que todos lo quieren engañar. Es el apóstol Tomás a quien Jesús dice: Felices quienes creen sin haber visto (Juan 20:29). Vivimos con miles de cosas que no hemos visto, aunque nos digan que son buenas. Cuando era chico, era famoso el dicho: Si alguien supiera cómo se hace el pan, no comería más.

Vivir en este mundo

En cuarto lugar, cada persona necesita crecer para poder vivir en este mundo. Hay quienes, sin culpa de su parte, viven en su mundo. Hay otros que han crecido físicamente aunque sin seguir el curso de los valores: son sujetos estancados que sólo pueden engañar a los demás por su apariencia física o su habilidad para abusar de las palabras (parlanchines). Por este motivo, hay tantos desencantos amorosos o matrimoniales; decepciones entre amigos; frustraciones por los engaños de la sociedad de consumo; desilusiones por las demás personas que no tienen autoridad moral o que la tienen. De hecho, este tema es uno de los que se puede esgrimir a la hora de pedir la nulidad matrimonial en los tribunales de la Iglesia Católica.

Crecimiento espiritual

En quinto lugar, hay también un crecimiento espiritual. Entre los cristianos se hace poniendo la palabra de Jesucristo en el centro más profundo del ser. Este crecimiento espiritual pertenece a la realidad humana de las personas. Requiere suficiente tiempo libre, amistad personal, diversión y descanso. Aunque también hay que agregar el estudio, la oración y la consulta a los demás. Este crecimiento espiritual es lo que nos hace gente de esperanza. Cuando crecemos espiritualmente miramos el horizonte con los ojos en alto y crece nuestra paciencia ante las dificultades.

 

Lo que vengo describiendo se aplica a cualquier persona. ¡Cuánto más a la persona del obispo diocesano! Hace cincuenta o setenta años a nadie le importaba el nombre de su obispo: bastaba saber quién era el párroco. La reforma realizada por el Concilio Vaticano II ha hecho que el obispo esté en el centro de las miradas, mientras los sacerdotes de grado menor ya casi no cuentan. (Esto no me toca analizarlo aquí. Baste con enunciarlo y decir –de paso– que esa es una de las causas de la falta de vocaciones: se le ha quitado la palabra a los párrocos. Cualquiera tiene acceso a lo que dice y hace un obispo. Basten los recientes casos escandalosos de tres o  cuatro de los obispos argentinos.)

Extraído de un hermoso Artículo escrito por Mons. Osvaldo D. Santagada. Pronto publicaremos lo restante. Ingresa a la web el próximo sábado para ver un nuevo artículo de blog!

 

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